Por el puesto de kvas era la segunda vez que pasábamos. Llevamos
los vasos llenos de bebida a una esquina de la plaza. El kvas era nuevo a
nuestros paladares como lo era el paisaje de la Plaza Roja a nuestros ojos,
novedades para los sentidos, que vibraban también con las voces y sonidos de la
ciudad. En ese momento para la sed y el descanso lamenté la imposibilidad de
bajar al metro, aunque de antemano sabía que no vería las monumentales estaciones,
Komsomólskaya, Mayakóvskaya, Kíevskaia, Púshkinskaya,
la Novoslobódskaya, pero antes de decidirnos por el refrescante momento del
kvas, habíamos traspasado las puertas de la Ploshchad Revolutsii, entrando en
una sala grande, de paredes de mármoles oscuros, para darnos de frente con un
monolito blanco del que surgía un busto de Lenin y que contrastaba en la
penumbra con el color granate y negro de las pulidas paredes.
A la derecha, al entrar, una señora pedía el billete de
viaje en una de las maquinas, y más allá, a la izquierda, estaban las
inconfundibles y, para mí imposibles barreras, que empujaban a la vez varios
viajeros. Le hice una foto a la solitaria señora, y cuando me disponía a fotografiar la estatua de Lenin, en ese
momento un hombre salió por una puerta casi pegada al monumento y al ver mi
actitud se quedó parado en una pose casi militar, momento que inmortalice en la
foto.
Ya en la esquina comentamos el agradable y fresco sabor del
kvas y pensé en la omnipresencia de Lenin. Días antes había visto su cara en
una pared, casi enfrente de la biblioteca que lleva su nombre, en la esquina que
es la salida de un pasaje subterráneo muy transitado. Con el vaso de Kvas
levantado y mirando a la Plaza de la Revolución recordé lo leído en el libro de
Montalbán. A mi espalda estaba el Bolshói, donde el líder alguna vez habló. Nos
separaba del famoso teatro una plaza con un enorme granito gris en su centro,
surgiendo esta vez de la piedra la cabeza inconfundible de Marx, y una calle
muy ancha. Mirando hacia el Bolshói, a mi derecha tenía el hotel Metropol,
frecuentado también por Lenin, hecho que deja constancia el grabado de su
perfil en una de sus fachadas. Mientras bebíamos, pensaba y miraba como el sol
iba cayendo al oeste de la Plaza Roja. Allí está el Lenin que no es de piedra,
dicen que perfectamente embalsamado, yo no lo pude ver.
Deje los pensamientos y se me acabo el kvas, Mónica se quedó
sola porque a mí me llamo el colorido alboroto de un grupo de gentes, la música
de un acordeón y un traje blanco de novia.
Me sume a la alegría y ejercí de fotógrafo
Continuara…
Texto y fotografías: S. Andrada Lapenne, Moscú, 2013